2 de mayo de 2015

El rinoceronte y el megaterio (II)



Hablábamos en una entrada anterior sobre el interesantísimo "ensayo de morfología histórica" de Juan Pimentel. En esa primera entrada, además, hacíamos un breve resumen sobre la primera parte del libro dedicado a la histora de Ganda. el rinocernote que viajó de África a Portugal y de Portugal a Italia. Esta segunda entrada lo dedicaremos a la segunda parte del libro, donde se cuenta la maravillosa historia del megaterio.


II. Un extraño cadáver

I. Quimera.  Relata el viaje, embalado y repartido en siete cajas, de América a La Coruña y de ahí a Madrid de los huesos del extraño cadáver. Fueron encontrados en la barranca del río Luján, una de las numerosas arterias fluviales del río de La Plata, a 13 leguas de Buenos Aires. Eran los restos fosilizados de un ser misterioso cuya identidad tardó en ser revelada, "una bestia que pronto capitalizaría intensas polémicas donde se cruzarán, como veremos, la ciencia y la religión, la política y la simbólica, el patriotismo y la emergencia del tiempo y la vida" Fueron encontrados en los primeros meses de 1787 cuando Francisco Aparicio, alcalde de la Villa de Luján, tuvo noticia de que allí cerca estaban aflorando unos huesos de grandes proporciones. Un erudito amateur, un fraile dominico llamado Manuel de Torres, terminó de desenterrar el esqueleto el 29 de abril de 1787. Tras comunicárselo al alcalde, exigió la presencia de un dibujante para que lo plasmara en papel antes de moverlo, con el fin de que se facilitara las posteriores tareas de reconstrucción. Los huesos fueron embalados y llevados a Buenos Aires, donde fueron nuevamente dibujados por un oficial cartógrafo de origen portugués llamado José Custodio Sáa y Faria. Sus dos dibujos acompañaron al esqueleto en su viaje a España; uno de ellos representa las "Partes del esqueleto con sus dimensiones" mientras que el otro es el resultado de la primera reconstrucción del esqueleto. Este último inspiró y guió su montaje real en el Real Gabinete en Madrid meses después. Esta reconstrucción tiene más mérito del que en un principio pudiera parecer. Hay que tener en cuenta que se trataban de unos huesos que pertenecían a un animal totalmente desconocido, por lo que montarlo fue el primer reto al que hubo que enfrentarse. 

Se trataba de un animal enigmático, de un tamaño extraordinario, con una cabeza que resultaba portentosa tanto por su dimensión como por su morfología, con dos poderosas mandíbulas en las que encajaban unos dientes anchos con forma de molares. A ello había que añadir que las extremidades estaban rematadas por unos pies cuyos dedos finalizaban en una suerte de garras ¿Un herbívoro con garras de carnívoro? ¿Un felino del tamaño de un paquidermo? "Su primera apariencia fue la de una quimera". 

Dientes y garras encerraban una gran paradoja. Llegó a acariciarse una posibilidad muy remota: que fueran los restos de un gigante. Un error, por otro lado, muy habitual ya que desde la Antigüedad los restos óseos de grandes vertebrados extintos habían sido interpretados con frecuencia como los de unos supuestos antepasados humanos gigantes. América en su conjunto había sido una tierra fértil para este tipo de hipótesis y leyendas. Asimismo, en el siglo XVIII, la gigantología patagónica estaba conociendo uno de sus momentos culminantes debido al apogeo de las tesis sobre la existencia de gigantes peadmitas, una raza de hombres anteriores al diluvio. Sin embargo, nada más extraer el esqueleto de la barranca del río Luján quedó claro que no podía ser de un hombre. Aquellos huesos no eran de un gigante, ni pertenecían a individuos de especies diferentes. Pese a esta conclusión, el misterioso animal tenía una naturaleza (gran tamaño y extraña morfología) que lindaba con la de un ser prodigioso o un portento. No hubo quien lo calificó como un monstruo y, efectivamente, era un monstruo en tanto que se trataba de un ser anómalo, una desviación, una irregularidad de la naturaleza y, por lo tanto, un hecho singular y excepcional, capaz de suscitar asombro y revestir gran interés científico al mismo tiempo.

Los restos del animal llegaron a Madrid en septiembre de 1788 y fue entonces cuando se inició el proceso de identificación que llevó, en cierta manera, a su desmitificación. No obstante, fue precisamente en el Real Gabinete de Historia Natural donde fue clasificado como "el monstruoso esqueleto" o "el gran monstruo del río Luján". En el Gabinete fue montado y dibujado por el ya mencionado Bru de Ramón, dibujos que fueron grabados e incluidos en Descripción del esqueleto de un cuadrúpedo muy corpulento y raro, que se conserva en el Real gabinete de Historia Natural de Madrid  (1796) de José Garriga. No obstante, el montaje realizado por el disecador y taxidermista fue totalmente erróneo e incluso forzado (se serraron huesos, se rellenó con corcho lo que no encajaba, etc.), creándose un animal cuadrúpedo similar al de una mula. Fue, además, retratado por aquel con argumentos retóricos procedentes de la cultura de la admiración  y el prodigio, como bien puntualiza Pimentel, es notable el peso de la literatura teratológica.

Megaterio. Juan Bautista Bru y Manuel Navarro, Lámina I, publicada en Garrida, J.: Descripción del esqueleto de un cuadrúpedo muy corpulento y raro, que se conserva en el Real gabinete de Historia Natural de Madrid  (1796).

II. Huesos. En este segundo capítulo Pimentel narra el proceso de identificación del misterioso animal. Los huesos fosilizados de este monstruo fueron difícil de clasificar. En la tarea de identificación fueron imprescindibles los dibujos y los grabados que se introdujeron y circularon entre la comunidad científica europea. Los intentos de identificación de esos huesos se produjo cuando la osteología zoológica y la paleontología de vertebrados estaban en el ojo del huracán. El identificador fue Georges Cuvier quien, gracias a las copias de los grabados de Bru que Roume envió al Instituto de Francia en Paris a principios de 1796, pudo resolver el misterio de su identidad en un informe que fue publicado en el Magasin Encyclopédique en 1796. En el proceso de identificación Couvier no se dejó arrastrar ni por el lugar donde había sido exhumado, ni se dejó impresionar o confundir por el tamaño, simplemente concentró toda su atención en las formas y resolvió la paradoja de su dentición y sus garras discordantes empleando sus conocimientos sobre otros vertebrados y aplicándolos al caso, es decir, mediante la analogía y la extrapolación. Su conclusión fue la de que los huesos pertenecían a un animal desaparecido y lo ubicó entre los perezosos (por la forma de sus cráneo) y los armadillos (por su dentadura) y, finalmente, se atrevió a bautizarlo: primero como Megatherium Americanum y, después, como Megatherium fossile. En todo este proceso de identificación hay que añadir, además, que Cuvier no fue el único que lo realizó: personajes como Thomas Jefferson, que a finales del siglo XVIII vivía en París, también mostró interés por el Megaterio, aunque por razones totalmente diferentes: la exaltación de la naturaleza americana. 


III. Fósil. En este tercer capítulo Pimentel ensalza la figura de Cuvier y la importancia de su trabajo en el estudio de la fauna extinta. La importancia que fue adquiriendo los trabajos sobre animales desaparecidos y presentes, las reflexiones sobre el pasado y el presente de la tierra. En el siglo XVIII empieza a haber un interés cada vez más creciente por la historia de la tierra y de los seres vivos, se presta atención a los fósiles y a su naturaleza, al origen de los mismos y a lo que la tierra escondía en su interior. El Megaterio fue visto como un conjunto de huesos fosilizados y fue el punto de salida hacia lo que hoy conocemos como paleontología. En este capítulo Pimentel hace un análisis a la evolución de esta ciencia en la Ilustración y, muy especialmente, sobre la historia del Megaterio tras Cuvier que concluye con Richard Owen, ya en el siglo XIX, quien dio forma definitiva al Megaterio como un ser alejado del monstruo cuadrúpedo inicial, sino cercano al bipedismo ocasional cuyo fin era poder llegar a las ramas de los árboles de cuyas plantas se alimentaba y es así, sobre sus dos patas traseras, como aparece representado en los grandes museos de Historia Natural de Londres y París. En España se ha decidido por seguir mostrándolo cuadrúpedo.

Megaterio en la actualidad. Museo de Ciencias Naturales de Madrid. 

Fuente:

Pimentel, Juan: El rinoceronte y el megaterio, un ensayo de morfología histórica, Madrid, Adaba editores, 2010.

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