25 de septiembre de 2009

Héroes y Villanos en la Historia


Como comenté en la entrada posterior, en Octubre, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, tendrá lugar el congreso multidisciplinar de la Asociación Culutural Ubi Sunt? de la que tengo el placer de participar, por ello para los que anden por Cádiz durante la segunda mitad de Octubre le animo a asistir. Para más información consultar la siguiente página web: http://www.ubisunt.es.vg/

23 de septiembre de 2009

Felipe II, la personalidad del rey en cuyo imperio no se ponía el sol.


Queridos lectores, hoy vais a ser compensados, pues voy a poner una parte de la comunicación que ofreceré en Octubre en el Congreso Multidisciplinar de Ubi Sunt? que tiene por título: "Héroes y Villanos en la Historia", espero que os guste:





A pesar de que Felipe II negara a que se escribiera una biografía personal sobre su persona, son muchas las biografías no oficiales que se escribieron tanto en su época como en épocas posteriores, no cabe duda de que muchas de esas biografías son fruto de una mente provista de una gran imaginación, pero otras nos han proporcionado copiosos datos que nos permiten saber cómo era aquel rey al que o bien se amaba o bien se odiaba, pero que de un modo u otro no dejaba indiferente a nadie.



Se sabe que físicamente era un hombre débil y propenso a enfermedades, ya Gregorio Marañón diría de Felipe II que era un hombre “débil con poder[1], obviamente esta debilidad física no era culpa suya, o al menos no es su mayoría, y es que la naturaleza física depende de los padres y abuelos y en lo que a este tema respecta, Felipe II no podía pedir más, pues era hijo de padres primos hermanos, nieto de una loca (Juana) y hermano carnal de dos epilépticos. También poseía un carácter taciturno y triste, frente a hombres de su edad que solían poseer alegría, por el contrario era un hombre infatigable en el trabajo, era rey por derecho pero también de hecho, para él su profesión era ser rey y a ello se dedicaba de manera tenaz. Su fortaleza de espíritu le permitió superar cualquier debilidad física y como hombre destinado a ser rey recibió una educación acorde con ella, aunque fue una educación muy descuidada, pues a los siete años el futuro rey no sabía ni leer ni escribir, mientras que a los tres ya le habían enseñado a cazar[2]. A pesar de los educadores que pudiera tener (Juan Martínez Silíceo o Juan Ginés de Sepúlveda), su principal educador fue su padre, el emperador Carlos V a través de las Advertencias o Instrucciones que éste le mandaba en una copiosa correspondencia. Estos consejos o instrucciones penetraron en Felipe II, destacando el de la suspicacia y el de la desconfianza de los hombres, esto último se demuestra con el hecho de que fuera él personalmente quien revisara cada documento o que utilizara “espías” para que vigilara a sus hombres de “confianza”. Sin embargo, no todos los consejos fueron seguidos por el futuro rey y desoyó uno de los consejos que con más insistencia le transmitía el padre: el de conocer cada uno de los países que iba a reinar, al menos conocer su idioma. Sin duda alguna, Carlos V conocía las consecuencia negativas que podía tener no conocer el idioma del país que iba a reinar y, por ello insistió tanto en que su hijo Felipe se esforzara en ello, pero éste no logró aprender ningún idioma de los países que formaban parte de su dominio, de hecho sólo manejó con gran soltura el latín. Tampoco se molestó en ir a los países que reinaba, de hecho solo en dos ocasiones salió de España, una de ellas para viajar junto a su padre y la segunda para ir a Inglaterra para casarse con María Tudor. Pese a su precaria o descuidada educación política, ya desde niño se veía que Felipe era un hombre de estado y es por eso que, con tan sólo 16 años su padre le confió el gobierno de España mientras estaba ausente[3].

Era un hombre silencioso y grave, en la vida pública poseía dominio de sí mismo y el poder de disimularlo y de vencer el dolor físico y los sentimientos espontáneos que le acompañaron toda su vida. Temía parecer débil y es por ello que no cambiaba de opinión en público, ya que una vez que había tomado una decisión rara vez lograba nadie hacerla cambiar. Poseía una gran sencillez, fruto de su carácter y los rígidos principios que poseía, extremaba la sobriedad en la mesa, mostraba repugnancia a las diversiones tumultuosas como las corridas de toro o el teatro. En cambio prefería los espectáculos que ofrecía el Santo Oficio, presidió personalmente cinco autos de fe y lamentaba no poder asistir a más. Esa sobriedad y modestia le acompañaron también en el vestir. Estos “defectos” generaron un sentimiento de antipatía entre muchos de los que le rodeaban. Al contrario que su padre, amaba la vida sedentaria, era un hombre de gabinete y la vida doméstica reglamentada y tranquila. Poseía falta de espíritu bélico, cualidad que sí poseía su hermano bastardo Juan de Austria a quien amó y envidió con la misma fuerza. Felipe II rehuyó la guerra cuanto pudo y no participó personalmente en ninguna, aún así no la consideró como algo reprochable ya que la provocó siempre y cuando la consideró necesaria.

Como rey absoluto fue enemigo de las autonomías, imponía su dominio y su criterio. Cuidó su patrimonio como un regalo heredado no sólo de su padre, sino también de sus abuelos y de sus bisabuelos, y la guerra fue el mejor medio para conservarlo. No sólo logró conservarlo, sino también lo acrecentó –incorporación de Portugal-. Sin embargo, los historiadores han observado que carecía de un proyecto, de una serie de objetivos fijos para su política exterior, y aunque era muy difícil tener objetivos en la política del siglo XVI, Felipe II alcanzó menos de sus objetivos que la mayoría, ya que fueron más numerosas las derrotas que las victorias
[4]. En el gobierno siguió el consejo de su padre, desconfió de sus hombres y evitó caer en el favoritismo, le gustaba oír las opiniones de los hombres que le rodeaban pero se guardaba celosamente cualquier resolución. Sin embargo, el hecho de que le gustara rodearse de varios secretarios hizo que la burocracia fuera muy lenta y que las decisiones no se tomaran cuando se tenía que tomar.

Desde el punto de vista espiritual, Felipe II era un hombre excesivamente religioso, ya que su padre le había aconsejado tener a la religión como base para la política. Sin embargo, fue siempre un impedimento pues por ese motivo se negaba a negociar con herejes o tratar con rebeldes, lo que podía dar como resultado una victoria total o bien una derrota. Por otro lado fue un modelo de cristiano en lo más difícil y agrio que tiene para la naturaleza humano la práctica de los sacrificios. Practicó de forma rigurosa la caridad y poseía una sentimentalidad natural que se expresó en sus relaciones matrimoniales, paternales, y aún en las oficiales de su gobierno. Felipe fue muy cariñoso y atento con sus esposas e hijos, hecho que se demuestra en las cartas que enviaba a sus hijas. En esas cartas se manifiesta que las añoraba, pero también da a conocer detalles tan curiosos como que le gustaba oír el canto de los pájaros o las bromas de los bufones, detalles que mostraban el lado más humano del monarca. Era un hombre amado por sus mujeres, sus hijos, sus amigos íntimos e incluso por sus servidores, a pesar de que para el resto de sus contemporáneos fuera antipático. A pesar de todo, y aunque estas cartas reflejan su lado humano, también reflejan su mediocridad, el mismo Gregorio Marañón diría que las cartas parecían escritas por “un niño bueno pero no muy inteligente
[5].

Por último, cabe señalar como aspecto de su personalidad lo que algunos autores han señalado: su inclinación al esoterismo. Al parecer las primeras pruebas de las incursiones de Felipe II hacia lo más o menos oculto fue durante su estancia en Inglaterra donde se ha llegado a saber que se hizo trazar un horóscopo por John Dee, astrólogo oficial de la corte inglesa. También algunos testimonios de la época relataron al amor del monarca por la Alquimia y en su biblioteca personal se podía encontrar libros de toda clase entre los que destaca los del beato mallorquín Ramón Llul.



[1] Esta expresión no sólo hace referencia a su físico sino también a su personalidad.
[2] PARKER, GEOFFREY: Felipe II, Alizanza Editorial, Madrid, 2004 . P. 23.
[3] ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante. 1997. P. 75.
[4] PARKER, GEOFFREY: Op. Cit. Pp 247-248.
[5] MARAÑÓN, GREGORIO: Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época, Espasa-Calpe, Madrid, 1997. P. 326.
[6] G. ATIENZA, JUAN: La Cara Oculta de Felipe II. Ediciones Martínez Roca, Barcelona 1998. Pp. 27-34.





FUENTE:





ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante, 1997.





G. ATIENZA, JUAN: La cara oculta de Felipe II. Alquimia y magia en la España del Imperio. Ediciones Martínez Roza, Barcelona, 1998.





PARKER, GEOFFREY: Felipe II. Alianza Editorial, Madrid, 2004.

15 de septiembre de 2009

Historia en la Poesía

A veces encontramos la Historia en las fuentes más inesperadas, para el historiador cualquier fuente es buena a la hora de corroborar informaciones, un cuadro o un canto de la época puede proporcionar datos sobre hechos de los cuales no hay una fuente oficial. Leyendo El Cádiz de las Cortes de Ramón Solís me he encontrado con dos sonetos, uno de Miguel de Cervantes y otro de Juan Sánchez Zumeta, donde se habla de la valentía del Duque de Medina Sidonia en la defensa de Cádiz contra el ataque de los ingleses en 1596, cuando el propio Felipe II lo daba todo por perdido. Aquí teneis los sonetos:

De Miguel de Cervantes:
Vimos en Julio otra Semana Santa
atestada de ciertas confradías
que los soladados llaman compáñía,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta.
Hubo de plumas muchedumbre tanta
que en menos de catorce o quince días
volaron su pigmeas y golías.
Y cayó su edificio por la planta.
Bramó el becerro y púsolos en sarta,
tronó la tierra, oscureciéndose el cielo
amenazando una total ruina:
y al cabo en Cádiz,con mesura harta
(ido ya el Conde) sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina.
De Juan Sánchez de Zumeta:
¿De qué sirve la gala y gentileza,
las bandas, los penachos matizados.
Los forros rojos, verdes y leonados
si pide armas el tiempo con pestreza?
Cuando lleva robada la riqueza
de Cádiz el Britano, y proganados
deja templos y altares consagrados,
eterna infamia, oh España, a tu grandeza.
¿Cuándo el amigo llora del amigo
los daños, y lloramos las deshonras
de nuestra lealtad amargamente?
¿Cuándo en el desprecio nuestro el enemigo
con palabras ensalza nuestras honras?
¡Y el dios de los Atunes (se refiere al Duque de Medina Sidonia)* lo consiente!
* Se le llama dios de los Atunes por ser el dueño de las almadrabas.

8 de septiembre de 2009

La esclavitud en Roma


Galeno escribía lo siguiente: Mi padre me enseñó siempre a no tomar por lo trágico las pérdidas materiales; si se mueren un buey o un caballo o un esclavo, no voy a hacer por ello un drama, esta lección tan paternal del padre de Galeno refleja muy bien cual era la situación o la consideración que el esclavo tenía en el mundo romano. Sin embargo, la gran variedad en el trato que los propietarios dinpensaban a sus esclavos y la forma de vida de éstos impiden una definición genérica, pues la relación esclavo-amo ponía en juego una relaciones y sentimientos personales que hacían que cada caso fuera particular. A pesar de todo, el esclavo era un ser humano, pues los dueños les atrubuían el deber moral de ser un buen esclavo, y ni a un animal ni a una máquina se le supone ninguna moral. Lo que ocurre es que este ser humano es un bien cuya propiedad pertenece al dueño y este dueño tratará de consagrar esta propiedad sosteniendo la inferioridad del esclavo, pues el esclavo es un sub-humano bien por destino o bien por accidente. Además, el poder del amor sobre el esclavo no se halla sometido a un reglamento, sino que es un poder total y directo. El esclavo es un hombre abnegado que obedece desde el interior de su alma, y no mediente reglamentos y horarios definidos.


No sólo la élite de la sociedad romana poseía esclavos, sino que también miembros de la clase media y baja eran propietarios de esclavos, obviamente el número de esclavos que pudiera poseer un miembro de la élite romana era mucho mayor que el que pudiera poseer un miembro de la clase baja, pues la posesión de esclavos dependía de la fortuna del señor. El poseer un gran número de esclavos significaba estar en una clase alta y los señores se vanagloriaban de la cantidad de esclavos que poseían. Sin embargo, esto no debe hacer que veamos a la sociedad romana como una sociedad esclavista. La esclavitud en Roma no era sólo un medio de producción tal y como se entiende en un sistema capitalista, sino que los esclavos desempeñaban los papeles más hetereogéneos en la economía, la sociedad e incluso la política y la cultura, y muchos de ellos llegaron a ser más ricos que muchos hombre libres.


Como he comentado al principio un hombre o mujer podía llegar a la esclavitud por destino o por accidente. Por accidente podía ser con motivo de una derrota bélica. En una guerra el pueblo vencido, o bien optaba al suicido o bien eran sometidos a la esclavitud. El suicidio para muchos era la opción menos mala pues la esclavitud suponía un impacto psicológico que no todos soportaban pues caer en la esclavitud suponía la separación brusca de la familia a la que nunca volvería a ver, su posterior venta y el traslado a ciudades con una cultura totalmente diferente a la que poseían. En los mercados, los esclavos eran examinados con minuciosidad, como si de ganado se tratase, cualquier defecto, enfermedad o reputación hacía que el valor económico del esclavos descendiera, obviamente el vendedor debía ofrecer esos detalles. Estras transacciones eran reguladas por medio de un edicto de los ediles y se formalizaba con un documento de compraventa.



En lo que se refiere a ser esclavo por destino, un hombre llegaba a ser esclavo por nacimiento, un hijo de una mujer esclava, era un esclavo con independencia de quien fuera su padre o bien también podía ser un esclavo un niño abandonado. Esto no debe sorprendernos, el abandono de niños era algo usual, y no sólo entre pobres; los mercaderes de esclavos acudían a recoger los recién nacidos expuestos en los santuarios o en los basureros públicos. La pobreza, además, impulsaba a la gente sin recursos a vender su recién nacido a los traficantes. También había muchos adultos que se vendían a sí mismos para no morirse de hambre o bien con el fin de convertirse en adminsitradores de algún noble o en tesoreros imperiales.



No todos los esclavos eran iguales, eso hace que su clasificación sea muy difícil. Los esclavos constituían una cuarta parte de la mano de obra rural en Italia. La condición de los esclavos rurales era verdaderamente dura, eran simplementes bestias de carga. El esclavo que no era campesino resultaba ser la mayoría de las veces un criado. Su condición variabla considerablemente desde fregona hasta el administrador que llevaba todos los negocios de su amo y al que cuidaban los médicos más eminentes cuando caía enfermo. También estaba el esclavo cómplice, áquel esclavo que por orden del ama de casa espiaba a sus "amigos" o sus clientes. Por último, había profesiones en las que la condición de esclavo era el medio usual para entrar al servicio de un alto personaje y adquirir una posición estable: un gramático, un arquitécto, un cantor, un comediante serán los esclavor del amo que utiliza sus talentos. A pesar de todo, a todos los esclavos se les trata en el tono y con los términos que se emplea para dirigirse a los seres inferiores. La esclavitud no es más que una condición jurídica.


Por supuesto, el esclavo carece de derechos y estaba desprotegido ante la ley. No se le reconocían las relaciones de parentesco, no podían casarse legalmente, sus hijos eran ilegítimos y propiedad del dueño de la madre, no poseían nada aunque algunios podían disponer de un peculium, en especie o en metálico, por gracia de su dueño el cual puede revocarlo en cualquier momento, además, el propietario no tenía la obligación de proporcionarles calidad de vida, la vida privada del esclavo era un espectáculo infantil que era observado con desdén. Además el esclavo vivía en un estadoo de completa inseguridad pues esclavitud y violencia estaban íntimamente ligado, una esclava estaba siempre expuesta a agresiones sexuales por parte de cualquier hombre libre e incluso por un esclavo de rango superior. Aunque también hay que mencionar que muchos de los esclavos contaron con la benevolencia de sus dueños y fueron tratados con consideración y afecto.


Entre la población esclaba existía también una jerarquía condicionada para el trabajo que realizaban pero también por su procedencia. El tamaño de la familia a la que pertenecían, compuesta por el propietario y los esclavos, y el estatus social del dueño también jugaban un importante papel en la jerarquización de la población esclava. Los que pertenecían a casas urbanas eran superiores a los que eran de casas rurales. Los nacidos esclavos (vernae) estaban mejor considerados por sus propietarios que los que habían conocido la libertad.


El esclavo podía conseguir la libertad, es lo que se denomina manumición, que podía ser de derecho o de hecho con condiciones del dueño. En el primer caso, el esclavo además de la libertad conseguía la ciudadanía romana. Los procedimientos para otorgar la libertad a los esclavos eran básicamente tres: introduciendo oficialmente el nombre del esclavo en el registro de ciudadanos romanos en el momento de elaboración del censo; declarando ante un magistrado o gobernador provincial que el esclavo era en realidad una persona libre y que su esclavitud era un error; o a través del testamento, en el que el propietario le concedía la libertad a su muerte. En ocasiones el esclavo podía llegar a un acuerdo con su dueño y comprar su libertad. El esclavo que llegaba a ser libre se denominaban libertos, aunque nunca se libraban del estigma de haber sido esclavo.


Por último, cabe aclarar que el hecho de que un amo quisiera la libertad para su esclavo no quiere decir que considere la esclavitud como una injusticia, sino que quiere morir siendo un buen amo. Darles la libertad a los esclavos es un actor meritorio; pero no es un deber. El placer que un amo experimenta al dar la libertad confirma la autoridad en virtud de la cual podría también no hacerlo; ordena con amor y el amor no tiene ley. El subordinado no tiene porqué aguardar la clemencia como algo que le es debido.


FUENTE:


Bradley, Keith: Esclavitud y sociedad en Roma, Ediciones Península S.A., Barcelona, 1998.

Ariès, Philippe, Duby Georges (Dir): Historia de la Vida privada Vol.1, Editorial Taurus, Madrid, 2001.